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Puente mayor, puente pirncipal, puente hispana, puente vieja... Los 'mil' nombres del mayor monumento de origen romano de Salamanca atestiguan una larga historia de uso y deterioro que ha obligado a actuar en la conservación del Puete Romano. Originario del siglo I, ha llegado a nuestros días con una parte netamente romana, los quince arcos más cercanos a la ciudad, y otra más hispana, fruto de la reconstrucción necesaria tras la riada de San Policarpo en el siglo XVII.
Transcurrridos casi 2.000 años de su construcción (la fecha exacta oscila entre pocos años antes del nacimiento de Cristo y el primer siglo después) el puente, declarado BIC y protegido, necesita una puesta a punto por los importantes daños que sufre. Los fundamentales, la presencia de vegetación entre sus sillares, la falta del material que los une, la humedad bajo sus arcos, los desagües, las conducciones eléctricas y el mal aspecto del mortero de sus pretiles, que es lo primero que se va a arreglar.
La construcción ha soportado el paso del tiempo con gran integridad. Hay que recordar que se circuló en coche por él hasta el año 1973 y que, hasta entonces, fue el principal acceso a la ciudad; todavía lo es, pero sólo para los peatones. Además de las grandes reconstrucciones, en 1627 con la riada y en 1767 cuando se deja con su configuración actual, once arcos romanos y quince hispanos, poco mantemiento más se le ha hecho en décadas.
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