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Entonces, todo lo que le rodeaba era campo. Entonces, La Aldehuela era la zona de huertas. Entonces, iban familias a bañarse al río. Entonces, abría sus puertas Venta Chan. Eran 1960 y en una finca se instalaba un pequeño puesto de venta que, sin imaginarlo, daría lugar a uno de los restaurantes más reconocidos de la ciudad. «Nació con mis abuelos. Empezaron vendiendo a los hortelanos lechugas, tomates, refrescos...», explica Chan, que junto con su hermano Tati asumen la tercera generación del negocio.
Ese pequeño mercado que se inauguró hace 65 años continuó de la mano de una segunda generación, aún muy alejado del concepto de bar actual. «Mi padre empezó como zona de relax, con un merendero donde también vendían alguna cosilla», explica. Compraban entonces bloques de hielo que picaban y las familias que acudían con su merienda para pasar el día en La Aldehuela encontraban en Venta Chan un espacio «donde pedir una gaseosa», explica Chan. La cercanía con el río aseguraba la concurrencia, sin embargo, varios cambios en la ciudad hicieron que esta zona alejada estuviera cada vez más cerca de la cotidianidad de los salmantinos.
«Siempre ha tenido gente porque la zona del río tenía mucha afluencia. Antes no había tantas terrazas en el centro y se venían aquí a pasar el día», explica Chan. Los años en los que Salamanca tenía una playa, con arena, hicieron de ese punto un lugar de recreo para los vecinos. «Había muchos menos sitios que ahora y el punto de referencia en la zona sobre todo era este», asegura. Sin embargo, hubo dos acontecimientos que supusieron un punto de inflexión para el negocio: la feria y el rastro.
El recinto ferial se instaló a las orillas del río Tormes y para el Venta Chan fue un antes y un después. «Cuando trajeron aquí las ferias se transformó y empezamos a hacer más hostelería», asegura Chan. A principios de los noventa, el rastro se asentó en La Aldehuela después de inaugurarse en la plaza del Oeste en 1979 y unos años en la ribera del río. «Mi padre empezó a ampliar más e incluso hizo una discoteca y un karaoke, todo tipo de eventos se han hecho aquí», resume. Y ese talento por innovar -y acertar- lo han heredado Tati y Chan.
Precisamente dentro de ese afán por hace cosas nuevas, se han convertido en referencia en Salamanca tanto en la celebración de eventos como en espectáculos. A pesar de que es una zona más frecuentada en verano, Venta Chan presume de funcionar todo el año. De hecho, muchos chiringuitos de la zona cierran en la temporada de invierno y se mantienen de los meses de la época estival. No es el caso de este restaurante. «Desde hace unos años es prácticamente igual durante todo el año, no tenemos una diferencia muy notable respecto a verano», explica.
Celebraciones, reuniones, cumpleaños, prebodas, jubilaciones, eventos de empresas...todo cabe en el Venta Chan. «Es un bar puro y duro, pero también nos dedicamos a hacer fiestas privadas en cualquier época del año», asegura. Un espacio para el brindis pero sin abandonar la esencia que les ha acompañado durante más de seis décadas. «Somos normales y corrientes, la gente viene y disfruta y es un sitio barato, accesible para todo el mundo», añade. Ese ha sido su lema siempre y aunque no saben si habrá una cuarta generación que siga el legado, al menos ellos tratan de dejarlo por todo lo alto.
Para quien es de Salamanca no hay duda. Pocos salmantinos habrá que no hayan ido ni conozcan el Venta Chan pero para aquellos que vienen de visita, la cosa cambia. Tanto, que les confunden con un oriental. «La gente dice: 'vamos donde Tati y Chan' y se piensan que somos un chino», comenta Tati, uno de los hermanos. La sorpresa se la llevan cuando no hay sushi pero sí un buen cocido que quita toda las dudas de que se trata de un charro de pura cepa.
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